Curiosidades y vídeos de Málaga

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Vídeos sobre Málaga siglos XIX y XX


Evolución de Málaga desde 1880 a 2016






Estas imágenes fueron grabadas por el holandés DICK LAAN (1894-1973) durante su visita a Málaga en el invierno de 1929/1930, Dick fue un famoso escritor, incluso de libros infantiles y reportero gráfico holandés. Él estuvo en Málaga, Torremolinos y Granada para visitar a su tío Jacobo Laan, casado con Lucía van Dulken Nagel, quienes vivían en Villa Torrecilla (Avenida Pintor Sorolla, 61 en Málaga) y también en la Hacienda San Antón, calle Palmeras en Pinares de San Antón. Por supuesto, ellos mismos y sus casas aparecen en la película. Se ve muy bien cómo ha cambiado El Palo. Hay muchas escenas e imágenes de Málaga, El Palo.


 

Málaga 1930

Este interesante vídeo publicado en el canal de youtube de Quijada Producciones muestra un cortometraje grabado por Gunther V. Fritsch para Churchill-Wexler Films en 1957, pero el rodaje sabemos que se realizó a finales de abril de 1956.
La clave para la datación la obtenemos porque entre la Alameda Principal y calle Larios, y en la plaza de la Marina frente al puerto, vemos el proceso de construcción de sendos arcos de homenaje, que se erigieron de forma efímera para la visita del dictador Franco a Málaga el 29 y 30 de abril de 1956.
En el metraje vemos una ciudad muy animada en un periodo de transición entre la posguerra y el desarrollismo, y con detalles imperdibles como la carroza fúnebre o los burros junto a coches de lujo y tranvías con "jardinera". Finalmente, desde Gibralfaro se ve el barrio de la Malagueta y ejercicios prácticos en la plaza de toros. En suma, un lujo de documento gráfico histórico.






 


                                           Jardines de Pedro Luis Alonso principios de los años 50



Málaga 1954 Tómbola de Caridad en Plaza de la Constitución

Málaga 1962


Extraido del documental rodado en Alora en 1964 por Bill Deneen 
para la Encyclopaedia Britannica Films, 
que pretendía mostrar la vida cotidiana en España.
Blog de la obra de recuperación del Caminito del Rey

Scout de Málaga - Patrulla Lobo

Mis primeras visitas al Caminito del Rey, fueron entre los años 60 a 70, recorriéndolo varias veces con la familia, más adelante con los Scouts y por último con mi hija Natalia y unos compañeros de Diputación, en 1989, con el paso del tiempo y la ausencia de mantenimiento, las pasarelas se fueron deteriorando impidiendo el transito con seguridad de los excursionistas. J.Schwarzmann

1989

En el 2013 acometimos el reto de realizar el proyecto, conservando en lo posible la histórica pasarela como hito arqueológico, al año siguiente llevamos a cabo la obra de recuperación y a finales de marzo del 2015 se pudo reabrir al público este maravilloso paraje natural. >> Recuperación caminito del Rey


EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE TERRAL
Francisco Vighi (1890 - 1962) poeta español del siglo xx

Me quedé dormido bajo la losa de plomo de aquel angustioso terral. En mi memoria estaba grabada a fuego la terrible sentencia del energúmeno xenófobo que inculpaba a los de origen forastero, -¿quién no lo tiene?- de todas las desgracias malagueñas, sobre todo a los de apellidos extranjeros; esos enrevesados apellidos que para la gente poco ilustrada eran difíciles de pronunciar y de escribir.
—A todo el que no tenga los cuatro apellidos españoles se le debe asesinar, o por lo menos, expulsar.
Esta fue la frase que oí al dormirme un día de terral. Ella influyó en mi horrible pesadilla.

La cosa empezó en Jerez, región en cierto modo de parecidas características. De allí habían tenido que salir a uña de caballo los Domecq, los Byass, los Osborne, los Terry, etc., etc. Todos los extranjeros que con sus apellidos y su presencia «perturbaban» la pureza racial de la ciudad.
De nada valieron sus méritos extraordinarios, únicos. Ellos habían creado Jerez llevando trabajo, riquezas y prestigio a la gran ciudad y sus contornos. Por eso constituyeron muy pronto la aristocracia jerezana, tal vez más española que la de ninguna parte. De aquellos desterrados o de sus abuelos allí establecidos salió la flor del señorío y el caballismo. En fin, hasta rejoneadores y toreros. Nadie como ellos conservaba y exaltaba las virtudes y méritos de la Andalucía occidental... pero... no tenían los cuatro apellidos españoles.

Málaga imitó a Jerez; se impusieron aquellas minorías de indígenas barbaros y envidiosos que nunca alcanzaron prestigio y respeto para su nombre familiar. «Merdellones», «Garroteras» y «Farotas» consiguieron la expulsión de las malditas razas extranjerizantes. Por ahora estaba bien. Más tarde habría que hacer lo mismo con los de origen castellano, gallego, vasco, catalán, etc.
La punición alcanzaría a todos. Desde los Montesa, Hurtado de Mendoza, Cabeza de Vaca, Pérez del Pulgar, Ruiz de la Herrán, etc., que vinieron con los Reyes Católicos, hasta los últimos avecindados, Cortés, Ávila, Tafur, Tangil y los numerosos Olmedos. De los conquistadores a los de la última invasión.

Todos los inmigrantes de categoría o sus descendientes en estos cinco siglos sin perdonar al grupo riojano de los Heredias, Larios, Álvarez, Marrodán, Fonseca, Gómez Mercado, Sáenz, ni a los catalanes Valls, Pons, Pallarés, Masó, Castell, Canivell, ni a los vasconavarros Orueta, Lazárraga, Guirior, Jáuregui, Aguirre, Zulaica, Peralta; asturianos Gancedos, a los valencianos Mitjana y Llovet, ni a los castellanos Alarcón, Guzmán, Escobar, Aceña y Hurtado. ¡Ni al mismísimo Ortiz-Tallo de tronco —o tallo— toledano!

Y comenzó el éxodo de los extranjeros. También había terral aquella tarde. Los desterrados desfilaban en grupo en fila india siguiendo la carretera de los montes, volviendo con frecuencia el rostro a la ciudad querida, con los ojos llenos de lágrimas.
No conocían otra parte. Muchos de ellos nunca habían salido de España ni hablaba otro idioma. Málaga no era solo su vida y su historia, sino la de muchas generaciones de antepasados.
— ¿Por qué nuestros bisabuelos no españolizaron sus apellidos?
se preguntaba alguno de los más débiles.
Sobre un otero, junto a la carretera, sonrientes y felices, contemplaban el desfile X, acaparador; Y, estraperlista, y Z, usurero.

Todos gozaban y ostentaban cuatro apellidos sin tacha de extranjería, aunque bien pudieran ser judíos conversos.
Con la carga de sus bagajes y sus apellidos exóticos, los desterrados subían lentamente la cuesta de la Reina bajo Ia mirada rencorosa y burlona de X, Y y Z.
Iban en vanguardia los de apellido francés o belga; ferreteros, comerciantes, industriales, terratenientes; hombres que se formaron en las Universidades o Escuelas Superiores; algún intelectual de fama o artista de prestigio: los Taillefer, Arribere, Goux, Temboury, Creixell, Alessandri, Germain, Keronnes, Assiego, Bayo, Betés, Net, Albert, Bassy, Parodi, Freyre, Freites, Casaux, Duffau, Disdier, Bonnemaison, Delclaux, Lamothe, Lavigne, Garret, Maulaussena, Laffore, Nagel.
«Ben» Juanito Temboury dio su último vistazo a la Alcazaba y rompió en llanto exclamando trágico como Rambal: «Hija de mi alma! ».
Desaparecieron los franceses; ya no se volvería a repetir aquello de: “¿Málaga? Boquerones y Souvirones”. Porque los nobles Souvirones habían sido guías o pioneros de la inmigración francesa. Así desapareció el último de los Sebastianes.

Detrás iban los honrados y caritativos holandeses: Laan, van Dulken, Westendorf. Y los suizos, no menos pacíficos y virtuosos, Barblan, Haffner y Schwarzman de origen Austriaco procedente de las colonias Europeas en Oriente, Mac Kinley y Bevan con los norteamericanos y también los polacos con su Pogonowski.

Altos y rubios —no faltaba algún moreno—, sin poder disimular su origen escandinavo, iban los Bolín; con ellos los Andersen, Menard, Kraüel y otros; algunos se hacían los suecos por su estatura y su color, pero estamos seguros que serian de Finlandia o Estonia. Para el caso era igual y tenían que marcharse.
Ahora coronaba la cuesta un grupo muy numeroso: los alemanes. No todos rubios, y si no fuera porque los veíamos en aquel grupo, juraríamos que muchos eran descendientes de aquellos majos del Perchel que gastaban faca y un pendiente en la oreja izquierda y se partían el alma con su sombra; percheleros que habían pasado el puente y vivían en La Caleta. En el crisol malagueño se funden las razas. Germanos laboriosos y honrados, cosecheros, bodegueros y catadores, buenos catadores de vino, consignatarios, industriales, hombres de profesiones liberales, empleados, ¡de todo había!

Allí se veían los Príes, Kusche, Scholtz, Martin, Rein, Gross, Benthem, Schneider, Arremberg, Werner, Kaibel, Kortnitzer, Jessing, Brickman, Muller, Berger, etc.
Alguno, como venganza, al pasar por delante del tribunal formado por X, Y y Z, propuso cantar el himno alemán. iAy!, pero ninguno lo conocía; además ahora hay tantos himnos alemanes como regiones, partidos, procedencias y razas de la Alemania ocupada.

Un Kutsner —alemán nacido en la plaza de la Merced— salió por peteneras o por soleares cantando aquello de:
Adiós, Málaga la Bella,
tierra en la que yo nací.
Para todos fuiste madre
y madrastra para mí.
Nutrido y serio, el grupo inglés paso desdeñoso, sin mirar a sus enemigos del otero. Casi todos pertenecían también a la «high-life» malagueña.
Así los Bryan, Loring, Bidwell, Crooke, Huelin, Mathias, Livermore, Garret, Heaton, Shaw, Wallace, Mac Andrews, Mowbrdy, Grund, Lund, Thies, Galwey, etc.

Y por último, cerrando aquella teoría de infelices desterrados en camino del exilio, íbamos los de apellido italiano, conjunto de los más diversos tipos, colores, actividades y procedencia. Unos podrían pasar por napolitanos o por andaluces; otros, por tiroleses o cántabros, vascos o piamonteses, catalanes o ligures. Era un grupo muy heterogéneo. Más de la mitad se apedillaban Caffarena.
Éramos los Bertuchi, Raggio, Escassi, Segalerva, Lombardo, Cosso, Accino, Mapelli, Brioso, Bresca, Spiteri, Ambrogio, Moro, Picasso, Tomasetti y muchos más que ahora no recuerdo.
Yo iba el último, porque entre aquellos antiguos italianos de Málaga no llevaba más de doce años en la población. Era el que había disfrutado menos tiempo de su clima y generosidad. iYo, que había llegado a gestor honorario del Ayuntamiento y aspiraba a que pusieran mi nombre a ese «Arroyo del Café» que pasa junto a mi casa! ¡Yo, que cuando llegué a Málaga envié un telegrama a mis amigos en que, parodiando a Julio César, decía: «Veni, Vidi, Vici. —Vighi»!

Del brazo remolcaba a mi inseparable Felipe Corradi, que al pasar ante el trío acusador no pudo reprimir un ademan tan expresivo como incorrecto: ¡Felipe es así!
Solos y, al parecer, satisfechos quedaron X, Y y Z cuando desapareció el colista de aquella lenta carrera hacia metas incógnitas. Pero no todo era claridad y optimismo en aquel crimen premeditado y consumado. Un silencio largo ayudaba a mezclar esperanzas y miedos.

Tal vez al volver a Málaga la población habría reaccionado, ya que los malagueños de siempre son las gentes más hospitalarias del mundo. Por otra parte, los menesteres propios de aquel trío plebeyo eran más odiosos y extraños que todos los «extranjeroides» expulsados y los «forasteroides» amenazados.
Porque es cosa sabida que en Málaga aún no ha nacido un solo usurero, ni un solo explotador.
—¿Y si ahora nos lincharan? —exclamó X.
Z se atrevió a insinuar:
—¿Y ahora? ¿Qué hacemos? Porque sin ellos nuestras actividades se acabarán. ¿Con quién podremos ejercer el acaparamiento, el estraperlo, la usura...?
Todos abrieron la boca y después, súbitos y unánimes, se lanzaron tras la nube de polvo de los fugitivos para implorar su retorno.

Yo los vi venir y apreté el paso. Tal vez les pareciera poco el destierro y querían matarnos. Como era el último del grupo, fui el primero alcanzado. Sentí en mí la tenaza de una mano de usurero, garra que apretaba mi cuello. A punto de ahogarme di un grito y... desperté sudando.
Me asomé al balcón. Un Bryan tomaba el tranvía, un Gross y un Escassi me saludaron. Vi a Hirschfeld con sus diez niños. Había pasado el terral. FRANCISCO VIGHI (1947)

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